Profundizando #4 El movimiento Solarpunk y el fin del capitalismo
Una visión de esperanza ante la desesperación y el negacionismo que nos rodea.
¡Bienvenidas y bienvenidos a Letras y Pantallas! Mi nombre es Alex Ros —diseñadora narrativa y escritora que navega por libros y mundos digitales— y en esta cuarta entrega de la sección #Profundizando quería hablarte de un concepto que descubrí recientemente y me tiene fascinada: el movimiento Solarpunk.
Pero, ¿eso qué es, ciencia ficción? Bueno… pues en parte sí, pero ahora llegaremos a eso. El Solarpunk es, en esencia, un movimiento social que aboga por un futuro tecnológico pero con un enfoque verde y priorizando una relación de respeto al medio ambiente. Un futuro en el que la cooperación entre grupos sociales debe ser la base para la sociedad. Este movimiento aspira a poner fin a las desigualdades sociales y económicas así como a los problemas medioambientales que, lejos de mejorar, son cada día más acusados.
La naturaleza contra el capital
Quizás Engels se equivocó y la verdadera respuesta al capitalismo era ‘Solarpunk o barbarie’ —con permiso de Rosa Luxemburg—. Si Friedrich abriera hoy los ojos vería que, un siglo y medio después de su muerte, vamos cuesta abajo y sin frenos por la senda capitalista. Actualmente es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Esta es precisamente la idea en la que se basa el realismo capitalista del filósofo Mark Fisher: un sentimiento común de resignación ante el que se plantea como el único sistema económico viable y como la única alternativa imaginable.
La caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS no solo puso fin a la Guerra Fría, sino que fue el fin de la historia —al menos tal y como la conocíamos hasta entonces—. El fin del “comunismo”, tanto en la URSS como en China, otorgaba a Estados Unidos una victoria moral. Ya no había enemigos del gran coloso estadounidense y, por tanto, el capitalismo de Occidente se erigió como la única respuesta posible al devenir de la historia.
No es simplemente el fin de la Guerra Fría o la desaparición de un determinado período de la historia de la postguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano.
— Francis Fukuyama.
La crisis de 2008 y la terrible situación medioambiental en la que nos hayamos sumidos ponen de manifiesto que ni el capitalismo ni el todavía más mordaz neoliberalismo son la respuesta ni la vía para lograr salvar a la especie humana. El premio Nobel Joseph Stiglitz pone en entre dicho el famoso libre mercado en su libro “El precio de la desigualdad: el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita” (2021). Stiglitz argumenta cómo los mercados por sí solos no son ni eficientes ni estables y tienden a acumular la riqueza en manos de unos pocos más que a promover la competencia.
Uno de los grandes errores del movimiento ecologista actual es hablar en términos de “salvar el planeta”; poniendo el foco en el ser humano como salvador. La Tierra estaba aquí antes de nuestra llegada y seguirá estando aquí cuando nos llegue el tiempo. Porque ya se ha salvado a sí misma anteriormente. Las corrientes ecologistas deberían abogar por salvar a la especie humana. Salvarnos a nosotros mismos. ¿Seremos capaces de reaccionar y luchar contra un sistema que quiere convertir cada pedacito de este planeta en capital?
Diariamente nos encontramos con nuevas noticias sobre el cambio climático. Día tras día se rompe un nuevo récord de temperatura en algún lugar del mundo —o más bien en muchos a la vez—. ¿Y qué hace la mayoría de la gente? Mirar hacia otro lado y seguir en la rueda porque lo que haga una sola persona no puede cambiar nada, ¿no? Ese es el mensaje que se nos ha transmitido desde hace mucho tiempo. Y, mientras tanto, el 1% de la población sigue llenándose el bolsillo con sus inmensas macrogranjas, sus grandes fábricas de ropa, sus campos de golf, sus coches de lujo y aviones privados o sus pelotazos urbanísticos.
El neoliberalismo lo ha abarcado todo y cada vez aumenta más la brecha y la desigualdad entre los que tienen dinero y los que no. Aquí no me refiero a esa clase media aspiracional que ha comprado el discurso del éxito individual y se cree parte de ese selecto club. Sino de la brecha entre, ya no el 1% sino, el 10% más rico del planeta y el resto de los mortales que nos tenemos que levantar día tras día para trabajar y poder vivir.
Por supuesto, el capitalismo también ha permitido algunas cuestiones beneficiosas como, por ejemplo, el desarrollo tecnológico. Pero, ¿de qué sirve esa tecnología si no se democratiza su uso y sus fines? Y aquí es donde entra en escena el solarpunk —mis disculpas por la perorata—. A bote pronto, me surgen varias preguntas. ¿Podemos soñar con un futuro de más avances tecnológicos en favor de los individuos y las sociedades? ¿Podemos soñar con una tecnología verde que acorte, o incluso elimine, la brecha económica?
El Manifiesto Solarpunk
Tenemos que viajar, precisamente, hasta 2008 para encontrar el término solarpunk por primera vez. En un blog centrado en política y economía, Republic of the Bees, su autor o autora publicaban un artículo en el que sugería un nuevo género literario. Un heredero del steampunk y del cyberpunk que, a diferencia de estos, se plantea como una distopía romántica. Un mundo sostenible con tecnologías basadas en energías renovables y un mundo en el que los avances estén en armonía con la naturaleza.
En los diez años posteriores a este post afloraron las publicaciones dedicadas a este nuevo género literario, tanto en artículos web como en libros. Pero debemos esperar a 2019 para tener el Manifiesto Solarpunk que lo define, ya no solo como un género literario, sino como un movimiento que debe beber de la historia y de la ciencia ficción como base de un activismo que persiga un mundo mejor.
En este texto sus autores hacen hincapié en esa esperanza que se nos ha arrebatado de tener un futuro mejor y en la imperiosa necesidad de plantear soluciones, no solo advertencias. La generación millennial ha crecido entre predicciones apocalípticas en forma de libros, películas o series de televisión. Sin embargo, cada vez está más cercano ese doomsday o día del juicio final. El día en el que el sistema colapse. ¿Y qué será capitalismo o destrucción? La pregunta es ¿podremos hacer algo para frenar el cambio climático?
Para los seguidores del movimiento solarpunk, el futuro necesita de la cooperación y de la imaginación para reutilizar o crear cosas nuevas a partir de las que ya tenemos; de forma contraria al modernismo característico del siglo XX. Se plantean cómo sería una civilización sostenible y cómo se puede llegar a ella. Su respuesta es clara: la tecnología al servicio de la sociedad y en armonía con la naturaleza. En este manifiesto se perfila un movimiento multicultural y tolerante que debe abrazar a todos por igual. Se aboga también por un activismo que ponga en el centro las asociaciones locales que cuenten con sistemas y redes energéticas autónomas.
Visualizar un futuro positivo más allá de la escasez y de las jerarquías, en el que la humanidad se reintegre en la naturaleza y la tecnología se utilice con fines ecocéntricos y centrados en el ser humano.
Según diversos miembros de este movimiento, el solarpunk debe ser ante todo contracultura y política. Es una visión que pretende poner fin al sistema capitalista global que está provocando la destrucción medioambiental. Mediante el activismo y la participación en política local, el solarpunk busca dejar de lado esta sociedad en la que la individualidad y los beneficios son el centro, para dejar paso así a una concepción del mundo cooperativa. Y es que el sufijo ‘punk’ implica una rebelión y un necesario acto político que, en palabras de Mark Fisher, transforme en alcanzable lo que antes se consideraba imposible.
Al igual que otras corrientes sociales y políticas, como puede ser el anarquismo, en una sociedad solarpunk también se aspira a eliminar las jerarquías y las concentraciones de riqueza en pocas manos. Precisamente porque estas concentraciones tienden a pudrir la democracia ya que, de manera inevitable, esta tenderá a generar decisiones políticas a favor de esas manos y a favor de una concentración de la riqueza cada vez mayor. En una futura sociedad post capitalista podríamos imaginar la propiedad colectiva —entendida como empresas o propiedades cooperativas— como la única forma de propiedad, eliminando así la propiedad estatal y la propiedad privada. Este cambio de paradigma que permita transmitir la propiedad de forma equitativa a las próximas generaciones y tratar de multiplicarla de una forma sostenible y democrática.
De esta forma, el imaginario del movimiento solarpunk está plagado de una naturaleza frondosa perfectamente integrada en el tejido urbano. Unas sociedades neocampesinas o neoagrarias con edificios ornamentados con motivos naturales, en absoluta contraposición con la estética contemporánea. Una mezcla de retrofuturismo, Art Nouveau y el estilo de las películas de Hayao Miyazaki.
Toda la tecnología que aparece en el arte solarpunk funciona con fuentes de energía renovables, desde la solar hasta la eólica, pasando por la cinética. La estética muestra un arte vívido con tonos de verde para la flora representada. Frente a la arquitectura angulosa y afilada, la arquitectura orgánica emplea líneas curvas para imitar las formas de la naturaleza e integrarse más con ella. Un estilo y una filosofía claramente influenciados por la ciencia ficción, tanto por su interés en huir de las estéticas distópicas a las que nos tienen acostumbradas obras como la película Blade Runner (1982) o el videojuego Cyberpunk (2020), como por su interés en crear relatos de futuros basados en la ciencia.
Sí se puede
Todo esto puede parecer una utopía, sin embargo, ya hay muchas iniciativas que se llevan a cabo y que responden a la visión del movimiento solarpunk. Por ejemplo, los jardines comunitarios y huertos urbanos, las cooperativas, las asambleas ciudadanas (todo un ejercicio de democracia deliberativa), las llamadas cocinas de bicicletas (donde gracias a voluntarios se puede tener acceso a todas las herramientas necesarias para reparar bicicletas), las cafeterías de reparación que luchan contra la obsolescencia programada (talleres locales en los que la gente repara sus dispositivos domésticos eléctricos y mecánicos, ordenadores, ropa, etcétera), los modelos de producción de economías circulares, los sindicatos de inquilinos (que luchan contra la especulación y la gentrificación), las empresas de código abierto (que ponen a disposición de todos los usuarios su código) o las iniciativas de culturas indígenas (como en el caso de la población indígena de Ecuador que logró en 2008 incluir en la Constitución del país los “derechos de la naturaleza” y dejar así sus reservas de petróleo bajo tierra).
Estos son tan solo algunos ejemplos que ponen de manifiesto que es posible plantear un decrecimiento y una ecología social orientados hacia sociedades participativas y economías solidarias. El sistema capitalista y la sociedad de consumo nos han arrastrado a una rueda en la que dedicamos nuestro tiempo para otros; ya sea trabajando o consumiendo contenido de forma infinita en las plataformas. Un sistema en el que lo único importante es la propiedad y el capital individual.
La sociedad de consumo, de hiperconsumo, que me hace pagar y pagar y pagar, y vivir desesperado, me roba la libertad, porque tengo que transformar mi tiempo libre en moneda para poder pagar lo mucho que tengo que comprar. Y, cuando compro, no compro con plata; estoy comprando con el tiempo de mi vida que tuve que gastar para ganar esa plata.
— Pepe Mujica1.
Al contrario de lo que afirmaba la neoliberal Margaret Thatcher, SÍ hay alternativa. El cambio climático no afectará a todos por igual. Y esto es algo que ya están notando los países subdesarrollados y los países en vías de desarrollo2, pero que eventualmente afectará a ese 90% de la población. Si bien este movimiento plantea una visión y una estética muy determinadas, pone de manifiesto la necesidad del cambio.
Es el momento de recuperar la autodeterminación colectiva y luchar por un futuro más esperanzador. Puede que acabar con los megaricos sea un proyecto que se escape de nuestras manos, pero, sin duda, se puede desafiar el status quo capitalista fomentando redes comunitarias locales que, poco a poco, pongan freno o fin a la plutocracia en la que vivimos. Eso es el solarpunk: personas que rechazan la distopía, que reparan y reimaginan radicalmente sus vidas en favor de las comunidades, y que disfrutan y difunden los beneficios resultantes mientras abren un camino hacia el mañana.
Es curioso porque justo hoy termino de leer Sobreviviendo al siglo XXI: Chomsky & Mujica de Saúl Alvídrez y muchos de los temas sobre los que dialogan están relacionados con esta idea. Y también con los retos que tienen los millennial y los centennial para sobrevivir al siglo XXI. Profesor y político coinciden en esa necesidad de transición del poder de las élites al pueblo, mediante herramientas como el plebiscito, el referéndum o las cooperativas mencionadas. La necesidad de recuperar el ejercicio cotidiano de decidir y eliminar los intermediarios que ostentan la política y la capacidad de decisión. Seguir el ejemplo de la Antigua Grecia3 y su participación ciudadana. Y, es cierto, que en la Atenas clásica durante su máximo esplendor —allá por el siglo V a.C.— la ciudadanía tan solo contaba con 250.000 individuos, pero en ese tiempo no disponían de las poderosas herramientas digitales que tienen la capacidad de democratizar el poder político y el poder de decisión.
Si has llegado hasta aquí, espero que te haya maravillado y entusiasmado este movimiento tanto como a mi. ¿Conocías el solarpunk? ¿Cuáles son tus opiniones? No dudes en dejarme un comentario.
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¡Hasta la próxima!
Mientras tanto, puedes leerme en mis notes.
Alvídrez, Saúl (2023). Sobreviviendo al siglo XXI: Chomsky & Mujica. Penguin Random House.
Llamados así según el índice de las Naciones Unidas sobre desarrollo humano (IDH).
Cartwright, Mark (2018). Democracia ateniense. World History Encyclopedia.
Creía que el solarpunk era sólo un contexto narrativo como el steampunk o el dieselpunk, pero me encanta como alternativa sostenible al tecno-optimismo liberal que cree que podemos seguir consumiendo los recursos del planeta sin consecuencias ¡que ya vendrá la ciencia a sacarnos las castañas del fuego!